MI PRIMERA VISITA A URABÁ fue por mi trabajo en una entidad pública que tenía muchos proyectos en la zona. Emprendí mi vuelo desde el aeropuerto Olaya Herrera con el prejuicio de dirigirme a un territorio hostil, una especie de salvaje oeste de las películas gringas, solo que verde y no desértico. Mi primera impresión fue el asombro; desde el avión, mientras nos aproximábamos, las plantaciones de banano se desplegaban majestuosas.
La segunda, sin embargo, fue terrible. Aterrizamos en Apartadó, la terminal actual no existía y uno llegaba prácticamente a una choza con un techo de zinc, un lugar bajo, oscuro y muy caliente. Así, entre la belleza y ante la pobreza, transcurrió ese primer viaje.
Al regreso, sin embargo, mientras esperaba el avión, me llené de esperanza. Las conversaciones con empresarios, emprendedores, líderes sociales y artistas me dejaron sabor a posibilidad. Los ojos de todos brillaban de una manera particular, como cuando uno tiene entre las manos un proyecto que le apasiona. Quizás la idea de que Urabá era y estaba destinada siempre a ser violenta, pobre y desigual no fuera tan cierta. La región estaba llena de ganas a pesar del dolor, del miedo y de todas las realidades oscuras vividas por décadas.
Poco después, hablando sobre Urabá, hice un chiste que aún me duele, de esas cosas que uno dice y de las que se arrepiente por años. Fue una adaptación de una frase brasileña que leí en la autobiografía de Fernando Henrique Cardoso, expresidente de ese país. Se refería a esa sensación de ser un gran país… en potencia, pero no aún en la realidad. «Urabá es el país del futuro… ¡y siempre lo será!». Ahora veo que fui injusto. A medida que fui visitando, escuchando y sintiendo la región, dejé de usar la expresión y ahora no se me ocurre por nada del mundo. Para valorar hay que conocer.
Llevo quince años yendo a la región, trabajando por ella, primero, desde instituciones públicas y luego privadas. En cada visita me sorprendo más. La dinámica económica y cultural es impresionante. Las obras, las empresas, el optimismo de las personas, las sonrisas de satisfacción por lo avanzado son evidencia de una transformación que no se detiene. La Urabá de hoy es completamente distinta a la de hace tres décadas, cuando era epicentro del conflicto colombiano. El cambio es notorio y notable, por esa razón hay que comunicarlo y celebrarlo.
No se trata de negar los desafíos. La región tiene aún indicadores sociales preocupantes, con retos en seguridad, educación, desarrollo humano, etcétera. Pero es justo y necesario ver el cambio y sentir la dinámica. En particular en los municipios del llamado eje bananero donde el crecimiento económico, la actividad cultural y las inversiones sociales son tan grandes. Tanto empresas como Estado, así como las fundaciones y cajas de compensación, nos «tomamos a pecho» el futuro de la región. Retos hay… y muy grandes: controlar la violencia, eliminar la pobreza y detener la degradación ambiental, pero también hay líderes, organizaciones y proyectos que nos permitirán decir, algún día, que lo peor de la historia de esta región ha quedado en el pasado.
Para dar una cifra, hace unos años en la Junta de la Clínica Panamericana, la principal IPS de la zona y propiedad de Comfama, veíamos que el régimen contributivo había ganado en cinco años unos 10 puntos de participación porcentual. Eso significa mucho más trabajo formal y menos pobreza. Un cambio como este muy pocas veces se da con tanta celeridad. Cuando vemos la carga que se mueve por la región según informes del DNP, por ejemplo, estamos ante uno de los ejes viales que más ha crecido en tráfico en Colombia durante las dos últimas décadas.
En Urabá se está creando riqueza, es innegable. Y esta riqueza se vuelve, poco a poco, colectiva. Un buen aeropuerto, vías de buena calidad, proyectos de vivienda, comercio e infraestructura pública surgen por doquier. Los puertos comienzan a mostrar avances, muchos invierten y todos comienzan a hablar del fenómeno, del milagro de Urabá y de que se viene un futuro aún más promisorio.
Las expresiones culturales son extraordinarias, las entidades educativas, encabezadas por la Universidad de Antioquia, son de primera calidad. Jardines, el proyecto de vivienda de Comfama, se ganó hace pocos años el primer premio en sostenibilidad de América Latina. Se construyen parques, centros comerciales y pronto EPM tendrá su nueva sede en la ciudad de Apartadó. Este año, Comfama comenzó las obras de un complejo que tendrá deporte, cultura, educación, colegio y el primer teatro para que resuenen la música y las artes escénicas en estos municipios.
Por eso hacemos esta revista, para felicitar a los líderes antioqueños que por generaciones han creído en esta posibilidad que hoy evidenciamos; para reconocer a los urabaenses y a sus instituciones. También para agradecer a las empresas, empezando por las bananeras que con Augura, su gremio, son protagonistas de esta historia, hasta las más recientes como las turísticas y el mismo Puerto Antioquia que construyen futuro. No es mirando hacia atrás, sino soñando y haciendo como se logra el progreso.
Queremos poner a Urabá en el centro de la conversación antioqueña. La segunda costa más grande sobre el Caribe después de la Guajira nos recuerda que somos un departamento caribeño. Tendremos en pocos años un puerto a menos de seis horas de Medellín, un destino turístico exuberante de mar y naturaleza, un lugar para encontrar trabajo y oportunidades, una región para hacer realidad nuestros más ambiciosos sueños.
Soñamos que en las juntas de las empresas se empiecen a preguntar qué sede, planta u operación deben tener en Urabá. Queremos que los jóvenes de todo el departamento consideren a Urabá como opción de estudio o de trabajo. Pretendemos que, cuando alguien de Urabá se presente lo miremos con admiración porque: ¡allá están pasando cosas! Aspiramos, finalmente, a que todos los colombianos vayamos a Urabá a pasear, a disfrutar, a dejarnos sorprender por su gente y a conectar posibilidades.
Si hace 40 años nos hubieran hablado del mar de Antioquia y de haber nacido en un departamento caribeño, la mayoría nos habríamos reído, excepto unos cuantos visionarios. Si, además, nos hubieran dicho que una gran ciudad emergería entre Turbo, Apartadó, Carepa y Chigorodó, diríamos que estaban locos. Ahora, cada vez más gente decide que su proyecto de vida será en la zona. Toda Colombia hablará de Urabá como hoy de Barranquilla. Veremos su pasado y sabremos que todo el dolor y tantas dificultades forjaron el espíritu de una región de la cual ahora nos sentimos profundamente orgullosos. ¡Urabá vibra, no se la pierdan!
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