«El niño juega con una seriedad perfecta». Johan Huizinga
Un hombre se arrodilla para limpiar el sanitario de un baño público. Su oficio es, aparentemente, el más simple y, para algunos que no alcanzan a comprender, puede parecer indigno. Pero Hirayama, en su overol azul impecable, herramientas en mano, irradia sentido, presencia y conexión. Desempeña su labor con la misma dedicación y compromiso de Beppo Barrendero, del libro Momo, de Michael Ende. Limpia cada rincón con precisión y método, se podría decir que es un joyero puliendo una piedra preciosa.
Mientras trabaja ve una hoja de papel que sobresale en un rincón del baño. Está perfectamente doblada en dos y contiene un reto: un dibujo de la cuadrícula de lo que llamamos “Triki” en Colombia, con una primera movida trazada por una mano desconocida. Hirayama la mira con atención y, finalmente, con la misma seriedad que pone en todo lo que hace, se decide a entrar en el juego, saca su lapicero y sigue el hilo de una partida anónima, secreta y apasionante.
Lo que relato en los párrafos anteriores es una escena de Días perfectos, la reciente película de Win Wenders, un filme que encaja a la perfección con la intención de esta revista. La vida del protagonista, un personaje entrañable, es poesía cotidiana. Un elemento esencial de esa belleza tranquila, de esa vida plena, es el juego. Hirayama juega de manera natural. Lo hace con el Triki y el usuario desconocido del baño público; también, en la soledad del parque, a la hora del almuerzo, con la luz, los árboles y su vieja cámara fotográfica. «¿Las sombras se oscurecen cuando se traslapan?», le pregunta una vez el exmarido de la dueña del restaurante donde pasa algunas de sus horas más plácidas. Esta pregunta sencilla desata el recreo en dos hombres maduros ¡es un placer verlos, como si fueran un par de niños de diez años, en el malecón del río, saltando y bailando, jugando con sus sombras!
Una vida absolutamente simple puede estar llena de sentido. Para hacerla alegre, además, esa existencia necesita de relaciones estrechas con un puñado de amigos, un oficio, algunos libros y, tal parece, mucho juego cotidiano. El juego y la dicha vienen juntos para este hombre cuya existencia conmueve e inspira a todo aquel que alguna vez se ha preguntado cómo encontrar el sentido de su presencia en esta Tierra. ¿Y si una vida completa fuera, simplemente, una vida llena de juego, con asombro, risas y volteretas?
De eso se trata esta revista, de las formas del juego, de sus múltiples beneficios y de su larga historia, trenzada con la de la especie humana. La intención es que nos miremos en el espejo de estas páginas, veamos nuestro amor casi biológico por el juego en todas sus expresiones y nos antojemos de activar nuestro lado más juguetón.
¿Será que con esta Revista les pasa, como a mí, que, al sentarme a escribir, me doy cuenta de que, casi imperceptiblemente, me paso la vida jugando? Yo, que me creo serio y vengo de una familia en la que la palabra juego se asociaba con ludopatía («el hermano de la abuela perdió su finca en el juego», me cantaleteaban), estoy rodeado de juegos y persigo sin descanso, tal vez sea algo involuntario, tener una vida más divertida, más festiva, más aventurera.
Juego con Haiku, mi gata, que ha aprendido a empujar la pelotita de papel de aluminio que le hice y a perseguirla como si se tratara del más ágil ratón de campo. Juego cada mañana con Duolingo en la búsqueda interminable de aprehender aquella amada lengua de otras tierras. Juego con palabras cuando abro un libro de poemas y los leo en voz alta, contando sílabas y tableteando con los dedos sobre la mesa del desayuno. Juego en mi oficina, cuando sacamos el marcador y nos enfrentamos al tablero en medio de los arranques creativos que solo producen los oficios que asumimos con esa seriedad que merecen los más divertidos juegos. «En mi oficina me siento como en Disney», le contaba hace poco a una amiga. Mientras escribo, hago una pausa y miro hacia mi biblioteca, me doy cuenta de que allí, entre la poesía y las viejas películas en DVD, tengo mi Rumi, que parece decirme: «¡Hace rato no me sacas!», y prometo llevarlo al próximo paseo. En resumen «songo sorongo, el juego acompaña mis días».
Disfruten esta edición de la revista Comfama, hecha con la pasión que el fabricante de juguetes pone en cada una de sus creaciones. Con ella, queremos que en las empresas se tomen en serio el juego. Soñamos con que las familias jueguen mucho, en la mesa, en el parque, en todas partes. Aspiramos a una educación con más juego, donde los recreos sean más largos y los parques más propicios; un mundo en el que las casas parezcan un salón de juegos, en las oficinas se sienta el eco de la risa de los jugadores y en el que las ciudades, como querría Tonucci, estén diseñadas desde y para el juego.
«No dejamos de jugar porque envejecemos; envejecemos porque dejamos de jugar», escribió alguna vez George Bernard Shaw. Los invitamos a hablar de juego; así quizás comprenderemos que ese impulso que llega con sonrisa e ímpetu, esa fuerza interior que anima al juego es una característica esencial de nuestra humanidad, que con ella aprendemos, crecemos, nos conectamos, reímos y sanamos.
El juego es una característica esencial de nuestra humanidad.
Con ella aprendemos, crecemos, nos conectamos, reímos y sanamos.
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EditorialJugamos otra vezJulio 2024Suscríbete a nuestro boletín y mantente actualizado.
La Revista Comfama es un medio de comunicación educativo, de circulación gratuita, que tiene como objetivo generar conversaciones sanas y constructivas que transmitan valores positivos a través del poder del ejemplo y las historias.