Cacaoteros de una región marcada por el conflicto, decidieron unirse y renacer conjuntamente. Víctor Manuel García y los protagonistas de esta historia son el ejemplo ideal del empuje, la confianza y la solidaridad.
Tenía diez años cuando la guerra de los 90 azotaba a Urabá. No entendía lo que sucedía, pero podía escuchar cómo las balas retumbaban en las veredas de Chigorodó. Sangre, gritos y dolor. Durante aquel tiempo mi hogar se convirtió en un territorio de enfrentamientos que nos hizo huir hacia Córdoba. Seis años más tarde pudimos regresar a una región florecida de cacao.
Empezar de cero no fue fácil, mi familia pasó de ser propietaria de cien hectáreas de tierra a tener una pequeña parcela de tan solo cinco. Sin embargo, después de intentar sembrar y cosechar sin éxito algunos alimentos, en 2004 unas semillas de cacao nos dictaron el rumbo del resto de nuestras vidas.
Vivir, crecer y trabajar en el campo al lado de mi padre me ha dado la posibilidad de entender de primera mano las necesidades del sector campesino, lo que me ha inspirado a luchar por él y por mejorar la calidad de vida de la gente, de mi familia y de mis compañeros de trabajo, más aún después de ser testigos de la guerra y renacer de ella.
Inicialmente, a 47 productores de cacao de la región nos unió un propósito: mejorar los bajos precios del grano de cacao seco y eliminar los intermediarios para lograr una mejor rentabilidad y que el trabajo que hacemos a diario tenga un pago justo. En 2013 creamos la Asociación de Cacaoteros Emprendedores Futuro Verde (Acefuver), el sueño de algunos cacaoteros de la región que buscamos tecnificar el campo.
A través de recursos, capacitaciones y asistencia técnica hemos logrado, como productores y asociados, llegar a nuevos mercados nacionales e internacionales con una línea de productos amigables con el medio ambiente, con sabores autóctonos y de gran calidad, a un precio que dignifica nuestro trabajo campesino y el de muchos otros.
De 47 productores que nos unimos, hoy somos 240 y pasamos de 80 hectáreas sembradas de cacao a 800. Antes producíamos 28 toneladas de cacao al año y ahora son 400. Cuando nacimos como asociación no imaginábamos el impacto y crecimiento que tendríamos.
Hemos cosechado grandes frutos a través de la asociación, pero también hemos tenido que enfrentar dificultades. Una de las más grandes ha sido ganarnos la confianza del sector cacaotero. Muchos de nuestros campesinos lastimosamente son reacios al tema asociativo, porque en el pasado muchas personas malintencionadas han llegado con propuestas que se quedan en el aire para explotar sus tierras.
¿Cómo luchar contra esa incredulidad para que el campo se convierta en un escenario de asociatividad? A través de un liderazgo idóneo, que inspire confianza, respete a su gente y muestre resultados. Es importante que, como líderes, conozcamos y trabajemos en las necesidades de las comunidades para que ellos crean en las oportunidades de trabajar como gremio. Así es como lo hemos logrado nosotros.
Entender que el otro no es competencia sino un aliado ha sido lo más gratificante de este camino. Ese es nuestro mayor logro, conectar a una comunidad de campesinos diversa, donde indígenas, afro, desplazados, madres cabeza de hogar y personas en situación de discapacidad somos una sola familia.
Hoy me siento orgulloso de decir que Acefuver, más que una asociación, es una familia cacaotera, que no solo nos lleva a recobrar la confianza en el campo, sino también en nosotros mismos para volver a soñar con el futuro de la tierra y el legado campesino.
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