¿Es el amor producto de un fenómeno biológico como asegura el biólogo y filósofo Humberto Maturana o es una actitud, como lo concibió el psicólogo social Erich Fromm? Esta es una historia que aviva aún más este dilema.
«¿Por qué nadie lo adopta? ¿Y si lo llevo conmigo? ¿Se llevará bien con Julia y Gamuza, las gatas, y Pola, la perra que me esperan en casa?», se preguntaba Juan Esteban cada día al ver a 6FD193B, un perro criollo color café, con una barba blanca que le daba un toque particular. Este perro había pasado 14 años en el centro de bienestar animal La Perla, esperando pacientemente ser adoptado.
Juan Esteban Herrera, un veterinario de 30 años que trabajaba en el mismo centro, había visto cómo cientos de perros encontraban nuevas familias a lo largo de los años, pero nadie elegía a 6FD193B.
Se trataba de un perro tranquilo, dócil y muy noble. Dormía la mayor parte del tiempo y disfrutaba correr en el pasto del albergue. Sin embargo, su avanzada edad complicaba su adopción; pocos querían llevarse a un perro que podría tener enfermedades costosas o una vida corta. Un día, mientras revisaba a los perros del albergue, Juan Esteban escuchó: «6FD193B ya está muy viejo, nadie lo va a adoptar; es muy difícil que se adapte a un entorno nuevo».
Estas palabras fueron el empujón que faltaba. Juan Esteban decidió iniciar el proceso de adopción, con un objetivo claro: darle a 6FD193B una vejez digna, compañía y amor. El proceso tomó varias semanas. Juan Esteban envió los documentos necesarios, fue entrevistado y 6FD193B pasó por más exámenes de los habituales. El resultado: aprobado.
El 20 de febrero de 2024, a las cinco de la tarde, el tiempo pareció detenerse. Los latidos del corazón de Juan Esteban resonaron en el vasto silencio del universo, y en ese momento supo que 6FD193B dejaría de ser solo un número para convertirse en Bartolomeo.
El encuentro inicial fue tímido. De hecho, Bartolomeo vomitó en el carro; el tránsito de la ciudad y subir escaleras eran experiencias completamente nuevas para él.
Cuando llegó a su nuevo hogar, se encontró con dos gatas y una perra que le resultaban desconocidas. Al principio, lo recibieron con desconfianza, pero con el paso de los meses, esa distancia se transformó en arrunches interespecie. Cada día, Bartolomeo fue ganándose un lugar en la casa, y lentamente, las otras mascotas comenzaron a aceptar su presencia.
Una historia para reflexionar sobre las diferentes formas en que el amor puede manifestarse. Octavio Paz sostenía que el amor es una construcción cultural, un concepto que hemos creado para dar sentido a nuestras emociones. Por otro lado, Charles Darwin veía el amor como un instinto biológico, una fuerza impulsora para la supervivencia. Al observar la relación entre Juan Esteban y Bartolomeo, nos damos cuenta de que el amor puede ser una mezcla de ambas ideas: una necesidad profundamente humana que trasciende especies, y una construcción cultural que le da sentido a nuestros vínculos.
La conexión entre Juan Esteban y Bartolomeo es especial. Parece amor. Se buscan con la mirada, y cada vez que puede, Bartolomeo se acomoda sobre las piernas de Juan Esteban, pidiéndole que lo acaricie. Lo sigue por la casa y lo acompaña fielmente en los paseos. Poco a poco, Bartolomeo se acostumbra a su nuevo nombre y voltea a mirar cuando Juan lo llama. Quizá por costumbre, necesidad de compañía, o simplemente por instinto, un humano, dos perros y dos gatas comparten un espacio, tejiendo una convivencia que se asemeja a lo que muchos llamamos amor.
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