Lloró mucho, pero las palabras de su papá hicieron efecto instantáneo en la expresión de su rostro y su actitud frente a la vida. Y cómo no, si lo que le dijo Carlos fue tan reconfortante: “Usted es mi hijo, simplemente sea feliz y útil para la sociedad”.
Durante trece años esperó el momento indicado para poder contárselo al mundo. Soñaba hacerlo sin sonrojarse, sin arrepentimientos y con orgullo.
Llegó el día, hace cuatro años, cuando la unión en su hogar no resistió más y su padre decidió irse, para siempre, de la casa. A veces el dolor precede a la alegría, y esa partida dio paso a un nacimiento: con trece años de edad nació Valery.
Su cabello creció, sus pechos también, su voz se hizo más aguda, sus cejas más marcadas, su sonrisa empezó a encuadrarse entre líneas de colores y su alma se hizo libre.
El cambio siempre es bueno, pero no es fácil. En su caso, las calles de su barrio, Aranjuez, se llenaron de miradas: muchas de aprobación, otras de extrañeza.
La felicidad es la posibilidad de ser, tal vez por eso es que a Valery las miradas le resbalan. Ella sabe que es igual a todos, lo demostró en su colegio, cuando tras un año de insistencia logró que la dejaran usar el uniforme de gala como una joven más.
Ya está en grado once, y como van las cosas, dice que va a ganar el año. Tiene 17 años y sus sueños le iluminan la mirada, entre ellos estudiar comunicación social y, por qué no, ser la primera presentadora transgénero de Antioquia y tal vez de Colombia. Como decía Marcel Proust, “Si soñar un poco es peligroso, la cura no es soñar menos, sino soñar más, soñar todo el tiempo”.
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