Rituales Café es un emprendimiento social que, más allá de generar ingresos, usa el café como pretexto para reconciliar y transformar comunidades.
En 2012, Joan Esteban Molina pagó ochenta dólares por una experiencia de turismo cafetero en Indonesia. Al regresar a Colombia, pensó: «¿Cómo pude haber pagado por algo que en este país es parte de la vida diaria?».
Ese recuerdo, que en un principio lo hizo sentir ingenuo, se transformó en motivación. Lo llevó al SENA en La Salada, Caldas, a aprender de caficultores. Aunque asistía como un consumidor, más que como un productor, ya se asomaba el sueño de emprender. «Uno nunca sabe ni se imagina», repetía.
Años más tarde conoció a Cristian Raigosa, un joven tostador que lo llevó a un hallazgo decisivo: al café cultivado en el barrio La Sierra, en Medellín, históricamente señalado por la violencia y el estigma. Ese descubrimiento también lo conectó con sus lecturas: William H. Ukers, en Todo sobre el café (1923), afirmaba que uno de sus preferidos era el de Medellín. «Imagínate, tu autor favorito diciendo que su café preferido es el de la ciudad donde vos vivís», recuerda Joan. La idea era clara: un café que no solo se bebiera, sino que reconciliara.
Un café para transformar miradas
En 2016, junto a Cristian y Amanda, Joan convenció a don Guillermo y a doña María Isabel de prestarle su casa en Laureles. Allí nació Rituales Café. Con una tostadora fiada y mucho entusiasmo, comenzaron a vender el café de La Sierra, cultivado por caficultoras víctimas del desplazamiento forzado. Cada taza se convirtió en una manera distinta de narrar al barrio: en cada sorbo también se servía un gesto de paz. «La paz no es solo un acuerdo, también es una decisión cotidiana, como comprarle a una víctima del conflicto», dice Joan.
Dificultades y recompensas
Ocho años después, Joan reconoce lo complejo de sostener un emprendimiento social: la fatiga, la falta de financiamiento, los equilibrios constantes entre propósito y sostenibilidad. La clave, afirma, ha sido el diálogo con sus socios y la claridad de un propósito compartido.
Mensualmente reciben cerca de cuatro mil visitantes y en el último año tostaron sesenta toneladas de café. Millones de tazas que viajan desde un barrio estigmatizado hasta mesas en toda la ciudad, para recordar que en Medellín también se cultiva café y que La Sierra, lejos de ser sinónimo de imposibilidad, puede convertirse en otra conversación.
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